El papa convoca para la cruzada al rey de Francia Luis VII

El rey Luis VII de Francia fue llamado por el Papa, para organizar la nueva Cruzada, y el rey respondió de buen grado a este llamamiento. Cuando llegó a sus manos la Bula papal, para la organización del ejército de cruzados y al mismo tiempo la noticia traída por el obispo de Jabala, para que fuera el que liderada la cruzada, Luis VII envía un llamamiento a sus principales vasallos para que se reúnan con él en Bourges, en Navidades. En la reunión les comunica que va a tomar la Cruz y les pide que hagan ellos lo mismo. Los nobles franceses no están de acuerdo con su monarca, lo cual le deja abatido, tampoco ayudó mucho que el decano de los políticos del su reino, Sugerio, abad de Saint-Denis, expresara su disconformidad a que el rey se ausentara tanto tiempo de su reino para ir a Oriente de cruzada. Sólo el obispo de Langres se pronunció en favor del soberano.

Luis VII decidió aplazar durante tres meses su llamamiento, y convocó una nueva asamblea para Pascua en Vézélay. Entretanto, escribió al Papa para manifestarle su propio deseo de mandar la Cruzada, y envió a llamar al único hombre que tenía una autoridad superior a la suya, Bernardo, abad de Claraval. San Bernardo se hallaba ahora en la cúspide de su fama. El fervor y sinceridad de su predicación, unidos a su valor y su vida sin tacha, contribuían a conseguir la victoria de cualquier causa que apoyaba, salvo en el caso de la terca herejía catara del Languedoc. Hacía tiempo que tenía interés por la suerte de la Cristiandad oriental, y él mismo había contribuido a redactar la regla de la Orden del Temple. Cuando el Papa y el rey requirieron su ayuda en la predicación de la nueva Cruzada, accedió rápidamente. La asamblea se reunió en Vézélay el 31 de marzo de 1146. La noticia de que San Bernardo iba a predicar atrajo a visitantes de toda Francia. Como en Clermont, medio siglo antes, la multitud era demasiado numerosa para haber cabido en la catedral. San Bernardo habló desde un estrado levantado en un campo en las afueras de la pequeña ciudad. Allí dio lectura a la Bula papal que pedía una expedición santa y prometía absolución a todos los que participaran en ella, y que después usó de su incomparable retórica para demostrar la urgencia de la petición del Papa. Fue tal su oratoria y su poder de convicción que casi todos los presentes quisieron formar parte y empezaron a pedir cruces a gritos: «Cruces, dadnos cruces.» Se agotó la tela preparada para coser las cruces, y San Bernardo se despojó de su propio hábito para que fuera cortado en cruces. Se dice que fue tal el número de cruzados que a la puesta del sol aún estaban cosiendo él y sus auxiliares.

El rey Luis vii fue el primero en abrazar la Cruz, y en esta ocasión si que le siguieron numerosos nobles que en un principio no estaban de acuerdo en ir a la Cruzada. Entre ellos se hallaban:

  • Su hermano Roberto, conde de Dreux;
  • Alfonso-Jordán, conde de Tolosa, que había nacido en Oriente;
  • Guillermo, conde de Nevers, cuyo padre había mandado una de las desgraciadas expediciones en 1101;
  • Enrique, heredero del condado de Champagne;
  • Thierry de Flandes, que ya había combatido en Oriente y cuya esposa era hijastra de la reina Melisenda;
  • Su tío, Amadeo de Saboya;
  • Archimbaldo, conde de Borbón;
  • los obispos de Langres, Arras y Lisieux,
  • y muchos nobles de segunda fila,

Evidentemente las palabras del clérigo hicieron que se apuntara mucha gente que no tenía nada que ver con la nobleza, gente de toda condición y posición.

Se lo comunicó al Papa y alentado por su éxito, San Bernardo emprendió un viaje por Borgoña, Lorena y Flandes, predicando la Cruzada por donde pasaba.

Estando en Flandes, recibió un mensaje del arzobispo de Colonia, pidiéndole que se trasladara en seguida a Renania, para ayudarles a que predicara sobre la próxima cruzada.